domingo, 8 de abril de 2012

La Lectura Crítica en el Aula




La Lectura Crítica en el Aula.

Acompañar a los estudiantes hacia la comprensión del texto literario





Irina Burgos


Durante mucho tiempo, el estudio o tratamiento de la literatura en el ámbito escolar se ha visto reducido a considerar básicamente la historia de la literatura en desmedro de los significados que el lector pudiera aportar. Esta situación ha estado íntimamente ligada al desarrollo de las teorías literarias, bajo una adherencia especial al estructuralismo. Es en esta instancia donde se reforzó, de manera particular que el sentido está solamente en el texto (Seppia 2001: 67). Como consecuencia, se explica el hecho que en la interpretación de un texto se haya abordado desde la objetividad donde no se considera la experiencia del lector.

Actualmente, parece que el panorama está virando hacia el lector, de tal manera que se ha llegado a plantear que «para que la literatura suceda “la importancia del lector es tan vital como la del autor” (Eagleton 1993: 25), ya que los textos literarios son procesos de significación que sólo pueden materializarse mediante la lectura» (Miretti 2004: 62).

Por tanto, el proceso de lectura es un proceso tanto cognitivo como afectivo ya que en él interviene una constante interacción entre el texto y el lector, quien se ve envuelto en una dinámica constante. Esta interacción es patente dado que el lector en el transcurso de la lectura elabora interrogantes y respuestas, hipótesis y especulaciones. Asimismo, asume posturas y se identifica o contra identifica con los diversos personajes y situaciones presentes en el texto. Todo este proceso es posible gracias a lo que en estética de la recepción se denomina horizonte de experiencias. De esta forma, el lector construye sus propios significados.


Con respecto al proceso de comprensión es necesario tener en cuenta que “es una construcción mental, cognitiva, basada en las expectativas, anticipaciones, inferencias, reconocimiento, que se van formulando durante el proceso lector, confirmadas (o no) al finalizar. Puede ocurrir que durante dicho proceso, haya que ratificar o rectificar, adelantando o retrocediendo sobre determinadas páginas para ir corroborando los esquemas de significación que se van generando en ese interjuego” (Miretti 2004: 82). Así, podemos inferir que leer es comprender y comprender es inferir.

Dado los planteamientos anteriormente expuestos, podemos afirmar que existe una correspondencia entre el aprendizaje significativo y la creatividad literaria, pues “desde el ámbito del estudiante, este se convierte en sujeto del proceso ya que en él se concentran diferentes procesos en forma simultánea, por un lado, el aspecto cognitivo y, por otro, como receptor del discurso literario. Como consecuencia de esta concurrencia, el sujeto se va dotando de competencia cognitiva y literaria” (Sánchez 1992: 535).

Entonces, el rol de la instancia pedagógica o escolar consiste en acompañar al lector en  el trayecto de los significados que se encuentran implícitos en los textos y, como consecuencia, asirse de los múltiples sentidos abiertos por la lectura.



LA PROPUESTA DE ROLAND BARTHES

MODELO DE ANÁLISIS TEXTUAL[1]

A diferencia del análisis estructural, en el cual se pretendía establecer un modelo universal que servía de pauta para el estudio de todos los relatos, el análisis textual se detiene en el contenido específico de cada texto literario. No importa, entonces descubrir  la estructura de una obra ni la semejanza estructural de los relatos, sino la diferencia semántica, y para esto se debe producir una estructuración del móvil del texto. Esta nueva propuesta, que se une a la del texto abierto de Umberto Eco, fue presentada por Barthes en sus obras S- Z, análisis de “Sarrazine” de Balzac, semiótica, narrativa y textual, análisis de “El caso del señor Valdemar” de Edgard Allan Poe.

El análisis basado en este modelo será diferente para cada texto, puesto que en cada uno hay un proceso de significaciones en marcha que varía según la narrativa  de cada obra. Se hace referencia al proceso, porque tales significaciones no se consideran un producto terminado, sino una construcción progresiva del sentido. En este interviene, pues, el lector, quien al elaborar su propia significación del texto, lo conecta con la sociedad y con la historia, con lo intertextual.

Como método, Barthes propone leer el texto tan despacio como se requiera, deteniéndose todas las veces necesarias exponiendo el análisis en su “paso a paso”, tratando de registrar y clasificar los sentidos que vayan apareciendo. Para esto es necesario:

1.         Dividir el texto en actividades continuas de lectura que él llama lexías: una palabra, una frase, una oración, un párrafo, y enumerarlas ordenadamente. La lexía es un segmento en el cual se observa la distribución de los sentidos, y su separación y extensión  dependen estrictamente de la voluntad del lector, de la cantidad de significaciones que encuentre en cada una. Barthes solo recomienda que en cada lexía no aparezcan más de dos o tres sentidos para no hacer demasiado tenso y extenso el análisis de cada fragmento.

2.         Observar los sentidos en cada lexía, buscando no las denotaciones de las palabras sino las connotaciones, los sentidos segundos; y escoger unas líneas de sentido y seguirla a partir de los indicios, a través de las diferentes lexías, pues un sentido se reitera en varios lugares del texto, cubierto con diversos significados.

3.         Trabajar progresivamente, recorriendo paso a paso el texto. Barthes se refiere a un análisis “cámara lenta”, móvil como la lectura.

4.         Consignar los sentidos encontrados sin preocuparse de los olvidos o las ignorancias, ya que éstos no importan si se trata de construir el propio saber del texto.





Los códigos

Frente a cada segmento el lector encuentra no solo las significantes, sino también la manera como se produjeron, los saberes especiales que le permitieron conectar el hilo del texto con las referencias extratextuales, unir la obra a lo ya visto, leído o hecho. Estos saberes se organizan en campos asociativos llamados por Barthes códigos. Y que conforman el saber cultural  del lector. Este concepto coincide con el de enciclopedia cultural del lector, en Umberto Eco.

Los códigos enumerados por Barthes son:

1.         Código cultural. Comprende el saber o los saberes humanos, las opiniones públicas, la cultural tal como se transmite por el libro, por la enseñanza y por el aprendizaje social. Dado que la cultura abarca un concepto amplio, Barthes dividió tal código en subcódigos, y llamó científicos al referido a conocimientos de un área específica de la ciencia; retórico al que agrupa las formas codificadas socialmente del discurso y del relato literario;   cronológico al que comprende registros del tiempo, que intentan producir un efecto de realidad al referir lo narrado al tiempo real del lector; t, finalmente, sociohistórico, al que abarca conocimientos del lector sobre su época y sociedad.

2.         Código de la comunicación. Abarca las relaciones entre el narrador y el lector, la manera cómo se produce el proceso de lectura.

3.         Código simbólico. Hace referencia a los significados simbólicos, como evocación inmediata o inmediata de sentidos.

4.         Código de las acciones. Abarca el armazón del relato, las acciones y su organización en secuencias.

5.         Código hermenéutico. Comprende las interpretaciones que el lector se plantea sobre el texto. Este código se refiere, además, a la manera como el relato responde a los enigmas, retarda la solución de los mismos, o introduce algunos nuevos.

















El misterio de la loma amarilla[2]: Una mirada a la memoria desde la memoria


José Güich, autor de "El Misterio de la Loma Amarilla"
     Imagen tomada de http://escritoresperuanos.blogspot.com




En El misterio de la loma amarilla se narran los sucesos de la vida de Pablo Teruel en diferentes tiempos. Nos muestra al personaje durante la década de 1920 y 1960. Sin embargo, la historia se centra en los sucesos de la vida de Pablo Teruel joven, estudiante de 21 años de edad que goza de cierta fama como detective. En virtud de ello y por pedido del doctor Zavala, por quien siente mucha estima, asume la tarea de desentrañar los misterios que ocurren en la loma amarilla, una formación geográfica ubicada en las tierras de Surco, Lima.

Dicha loma se encuentra próxima a las propiedades de Eriguren, un personaje vinculado al gobierno de turno presidido por Leguía, quien bajo modos desenfadados y amables se muestra como una persona muy carismática, razones por la cuales,  goza de gran aceptación en el pueblo. Este vínculo genera en el joven detective  una serie de auto cuestionamientos con respecto a sus convicciones y su postura política con respecto a la situación. No obstante, durante las investigaciones, además de descubrir el misterio que se esconde en la loma amarilla, Pablo Teruel descubre lo que se oculta tras los negocios de Eriguren. En este contexto, finalmente, Pablo muestra a sí mismo y a los demás la solidez de su ética y su compromiso político con el país.

De acuerdo con Lluch (2003: 106), se propone para el análisis del relato considerar el escenario y la época porque dichos elementos exigen una determinada mirada a la historia. Desde esa perspectiva, la historia principal se desarrolla durante la década de 1920 durante el segundo gobierno de Augusto Leguía, quien llega al poder amparado bajo promesas de reformas y aprovecha el malestar social que estaba trayendo abajo al gobierno civilista. Su mandato devino en una dictadura de once años, conocida como el “oncenio” (Bethell 1992: 271- 272). En ese contexto, la Universidad nacional Mayor de San Marcos opta por paralizar sus actividades como muestra de rechazo hacia el régimen. Por ende, Pablo Teruel se reconoce y declara como opositor al régimen.

En esta obra, de corte histórico- realista con narradores en primera y tercera persona y bajo un lenguaje sencillo, se plantea; por un lado, la importancia de la conservación de la memoria como componente de la conciencia colectiva de una nación cuyo olvido o descuido contribuye a una tendencia repetitiva de la historia bajo diversas figuras. Por otro lado, nos conecta con las reflexiones, convicciones personales y los compromisos políticos en tanto el ejercicio de la ética que conlleva a escribir la historia de manera diferente.

En esta novela se revisa, sobre todo, aquella memoria que da cuenta de los momentos históricos del Perú, traducidos en hechos violentos,  revestidos de sangre, dolor y muerte. Son precisamente estos hechos que al instaurarse en la mecánica del dolor, se suelen configurar en torno a una suerte de olvido, divorciándose de los cuestionamientos:

“Por supuesto que todo pasó en las pampas, a unos kilómetros de lo que hoy es la propiedad del señor Eriguren. Han transcurrido apenas cuarenta años y ya nadie habla de eso. La gente transita sobre terrenos donde hombres de dos bandos murieron. Carnicerías propiciadas por las potencias imperiales […] la memoria sobre la muerte es frágil” (pág. 61).

Curiosamente y a manera de símbolo, estos terrenos se encuentran próximos a los dominios de Eriguren, un personaje que encarna la corrupción de aquellas épocas y que transita en esta historia sin el menor atisbo de compromiso social y  político a menos que estos se orienten hacia la conservación de su status. Definitivamente, el encuadre de la caracterización de este personaje da cuenta de la omisión al cultivo de la memoria, en este caso, en pro de salvaguardar los acontecimientos que se dieron cita en este lugar con la finalidad de que no vuelven a suceder.  Al contrario, bajo la fachada de amabilidad y buen trato, encarna las típicas características del clientelismo político que lo blinda y legitima:

“… le costaba creer que fuese amigo íntimo y probable socio del dictador. Era bastante cordial con sus servidores. Y para Teruel no pasaron desapercibidos ni el hecho que los jornaleros lo saludara ni la respuesta afectuosa de Eriguren. No se comportaba como uno de esos señores feudales en versión criolla, insoportables y despóticos. Era un moderno” (pag. 90).

Este hecho, de prestar sus servicios de investigación en favor de este personaje, genera en Pablo una serie de interpelaciones y cuestionamientos que se configuran en un dilema ético y una falta de coherencia con respecto a su discurso y posición frente a la problemática del país:

“Debía rechazarlos Marilú. Soy de la oposición a la dictadura. Cuestión de principios. Además, no tengo licencia ni nada por el estilo. Y siento que en realidad ayudo a tu papá, que me lo pidió como un favor especial. Tú sabes el aprecio que siempre le he tenido. No le puedo decir que no a un hombre tan correcto” (pág. 79).

En medio de este conflicto consigo mismo, Pablo es consciente del camino por el que está optando, por ello, decide llevar el caso en la mayor reserva posible, sobre todo, por el temor a la reacción de sus amigos ante su falta de coherencia y responsabilidad:

“Nunca lo comenté. Zavala siempre fue discreto, lo mismo que María Luisa. Ni siquiera haberme negado a una remuneración me exime de responsabilidad, de alguna leve acusación contra mí mismo, de mi falta de consecuencia en un momento en que era más importante la lucha contra ese tirano que recorrer colinas misteriosas y ser perseguido por desconocidos. Ya ustedes me juzgarán, por el resultado, si en alguna medida puedo ser absuelto por esa ambivalencia, de falta de convicciones a la hora de decidir sobre si aceptaba aquel caso o no. (pág. 117).

Sin embargo, estos conflictos consigo mismo no le hacen perder la perspectiva, a pesar de todo, sigue manteniendo claramente cuál es su posición en este al contexto histórico difícil para el país, lo que queda plenamente demostrado en dos hechos: primero, en su renuncia a revelar el misterio que guarda la loma amarilla en favor de mantener la integridad de la comunidad subterráneas, así esto pueda significar una debacle de su prestigio como investigador

“Una vez que me recupere y usted lo permita, saldré. Confíe en mí. No abandonaré a su gente. Tampoco atraeré a los curiosos o forajidos. El secreto está bien guardado conmigo. Tienen derecho a vivir en paz, sin ningún contacto con ese mundo imperfecto, que los hombres construyeron” (pág. 146).

El segundo hecho que avala y respalda la integridad ética de este joven es el hecho que tras descubrir los negocios ilícitos de Eriguren, lo encara e insta   para que las piezas arqueológicas que comercializa sean devueltas al lugar donde corresponden para su respectivo estudio y preservación:

            “El sinvergüenza adujo que planeaba cederle ese tesoro histórico al Sr, Julio C. Tello, una eminencia en la arqueología nacional, justo en las celebraciones del Centenario. Pablo le exigió que entregara los objetos y le dijo que lo acompañaría gustoso a visitar al Dr. Tello con piezas tan valiosas del patrimonio nacional. Camaleónico, se adaptó con habilidad a esa situación” (pág. 155).

Las reflexiones del joven Pablo en torno a la historia de nuestro país dejan vislumbrar que esta no cesa de repetirse y que se llega a un punto en que la historia pareciese ser escrita y determinada por los mismos personajes. El tiempo, en ese marco, deja su huella imperturbable a merced de la ignorancia y la desmemoria:

“Por instantes nos percatamos de que un siglo después de la Independencia, éramos el mismo país de esos tiempos de caudillos, convulso, incapaz de encontrar una vía de entendimiento. En cien años, poco se había avanzado en la ruta hacia una convivencia civilizada. Éramos, como hoy, un pueblo dirigido por caciques criollos…” (pág. 38).

Recordemos que “sin memoria los individuos y los grupos no pueden ni dan sentido a su existencia presente, ni tramar su futuro de forma razonable” (Zapatero 2009: 219). Por ello, a los sesenta y ocho años de Pablo Teruel se siguen sucediendo las revoluciones en el mundo como en aquellos sus veintiún años, obligándolo a seguir planteándose las mismas interrogantes que no fueron respondidas en el pasado y, menos, obtiene respuestas en el presente.

Por lo tanto, cabe considerar que este en camino literario, en el que nos damos cita, debemos tener en cuenta que la literatura, por contener todos los conflictos de la humanidad, contiene, también, las claves para nuestros propios conflictos, propiciando reacciones en el lector al interrogar al mundo desde nuevas lógicas (Giardinelli 2007: 219) y El misterio de la loma amarilla es un buen referente para seguir interpelándonos.

"El Misterio de la Loma Amarilla"
Ediciones SM


           





Bibliografía

Bethell, L. (1992). Historia de América Latina. América del Sur 1870- 1930. Traducción de Jordi Beltrán. Barcelona: Editorial Crítica.


Giardinelli, M. (2007). Volver a leer. Buenos Aires: Editorial Edhasa.



Lluch, G. (2003). Cómo analizamos relatos infantiles y juveniles. Bogotá: Editorial Norma.


Miretti, M. (2004). La literatura para niños y jóvenes. El análisis de la recepción en producciones literarias. Rosario, Argentina: Homo Sapiens Ediciones.



Sánchez, L. (1992). (Im)posibilidad de la literatura infantil: hacia una caracterización estética del discurso. Cauce, número 14- 15, pp 536- 537. Consulta: 13 de octubre de 2011.




Zapatero, J. (2009). El compromiso de la memoria: un análisis comparatista. Salamanca, España: Ediciones Universidad de Salamanca.






[1] Semiótica y Literatura. En: Manual de teoría literaria, de Óscar Castro García y Consuelo Posada Giraldo. Colombia: Universidad de Antioquía, 1994. Tomado del material del curso de Análisis textual de Jorge Eslava Calvo en la Maestría en Literatura Infantil- Juvenil y Animación a la lectura, por la UCSS. Mayo 2011.
[2] Güich, J. (2009). El misterio de la loma amarilla. Lima: Ediciones sm.

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